jueves, 16 de abril de 2020

1 mes desde que incoporamos la palabra confinamiento al vocabulario




Pareció increíble al comienzo, como despertarse de un sueño, o salir del cine en medio de la noche. De un día para otro nos encontramos con la imposibilidad de salir de casa, de recibir amigos, de visitar familiares.
Al día de hoy Argentina registra 2571 contagiados, 112 fallecidos y en el mundo ya hay más de 2 millones de Covid positivo y los muertos superan la barrera de los 100.000. 1 de cada 3 afectados, está en EEUU. Yo miro los números de China, como aferrándome a esa esperanza, donde al día de hoy hay 1699 enfermos activos, nada comparado con el total de 83.300 confirmados.

Hoy se cumple el primer mes que Amparo y yo estamos en casa, ya que nos confinamos apenas suspendieron las clases. El último día que hubo visitas en esta casa fueron sus amigas que estaban haciendo un afiche para un cumpleañero y vimos con ellas como en TN el presidente anunciaba las primeras medidas del confinamiento.
Tardé más en sacar de la casa la brillantina que las nenas desparramaron por todas partes en romper a llorar desconsoladamente por la mierda que significa todo esto. Lloré una noche a mares, sin freno. Dejé salir toda esa angustia y luego me enfrenté a esta cuarentena con el mejor ánimo posible. La primera semana fue tremenda. Luego, con sus vaivenes, me fui adaptando.
A nosotros tres algunas cosas de estas nos cuestan menos: estamos habituados estar en casa cuando tenemos tiempo libre, nos llevamos bien entre nosotros, Fede y yo hace más de 25 años que no vemos a nuestra familia todo el tiempo, ni mucho menos, porque vivimos en lugares diferentes. Somos caseros y nuestra casa es cómoda y con patio. Y eso en este momento es un gol de media cancha. Y por otro lado los dos podemos teletrabajar, así que desde casa seguimos activos laboralmente.
Otras cosas son más complicadas de tolerar. La realidad duele, el futuro preocupa, la enfermedad amenaza y la palabra muerto se repite a cada rato. En mi micromundo, lo que más me apesadumbra es la soledad de mis viejos. Les cuesta estar adentro, se sienten vulnerables, están asustados y sienten que la vida se les va.
Extraño recibir gente en casa, abrazar a mis amigos, poder hacer planes para juntarnos. Lamento que salir a hacer compras se volvió una amenaza.
Pero en el lado B de este confinamiento, hay efectos no buscados que están buenos. No viajar todos los días al trabajo, dormir más, comer mejor, estar más tiempo en casa, están en mi lista de cosas que voy a extrañar cuando esto pase.
En este mes Amparo empezó a hacer lettering, hicimos macetas recicladas de materiales diversos (latas, cajas de leche y maples de huevo), los tres cocinamos un montón, pasamos de las bermudas con crocs al jean con zapatillas casi sin darnos cuenta, usamos horas y horas en videos llamadas con familias, amigos y también con compañeros de clases y trabajo. Yo empecé un tejido nuevo, leí ya cuatro libros y también empecé un taller de escritura con Ceci Alemano. Una vez por semana hago entrenamiento funcional y también empecé a hacer algunas clases de yoga por YouTube.
A esta altura me tienen un poco saturadas las pantallas y me preocupa más que al comienzo la situación económica en la que va a quedar el país.
Porque va a pasar, es un túnel y no un pozo, como escuché en una de las tantas charlas que consumí estos días. He pensado también que no va a pasar y cómo sería nuestra vida si esta fuera nuestra realidad. Qué cosas tendrían sentido y cuáles no.
Evidentemente es una crisis con varias capas: sanitaria, emocional, económica. Y también con la oportunidad de contemplarnos en este estado de excepción.

Lecturas

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