lunes, 9 de septiembre de 2013

Rodolfo y Susana

Llegar a casa. Sentir que llegaste. Alcanzar la meta preciada. Sacarse los tacos y ponerse las ojotas. Ponerse cualquier cosa, qué más da. Ya llegué. No necesito ningún disfraz, ningún maquillaje.
Sentirse tan a gusto que asusta. Tan a gusto que emociona.

Domingo a la mañana, sol por todas las ventanas. La primavera amaga y ellos no se preocupan por mojarse con la manguera mientras lavan el auto. Adentro suena Marisa Monte y yo amaso sorrentinos caseros. Tengo espacio, estoy cómoda. Siento precisamente cuando se captura la instantánea que permanecerá en el recuerdo. Atrapo ese instante para guardarlo ahí donde van los momentos atesorables de la vida cotidiana. Momentos que luego se unirán en relatos que serán recuerdos de cómo se vive este tramo de la vida. Y yo diré: los domingos yo amasaba y ellos lavaban el auto, porque ya será una generalidad.

Y así vamos viviendo, llenos de esos instantes increíbles. Descubriendo todo lo nuevo.

Y nos vamos a dormir temprano, y salimos con el mate para disfrutar en el camino, juntos. Y ella duerme ahí atrás esa media hora de bonus track, tapadita con una manta de viaje, con el uniforme que le puse sin despertarla.
Y volvemos a la tarde con la promesa de encontrarnos en casa. Y el sol entra desde el patio, desde el lugar interno que más nos gusta. Y entonces nos sacamos los disfraces de gente seria que trabaja. Y ella se cambia el uniforme por joggings o calzas de la sección “si se ensucian, no importa”. Y yo me empeño como nunca porque esté todo limpio y ordenado. Y él riega el césped para que se ponga verde cuanto antes. O agarra alguna herramienta, casi descubriendo sus usos y funciones. Y ella, pequeñita mía, que va adaptándose a vivir en una casa, que de a poco inventa cómo se vive con un patio. Que no es el parque, que es nuestro, que sí que puede tirarse de nuevo en el tobogán, que no, no nos vamos.
Y aprendemos los 3 juntos cómo se prenden las luces y qué llave es de cada puerta. Y nos divertimos descubriendo el pueblo cerca. Memorizando nuevos nombres, agendando otros teléfonos.
Y los fines de semana se superponen visitas. Y charlamos con los vecinos en los alambrados. Y nos sentimos Rodolfo y Susana. Y ya no tenemos que ser jóvenes cancheros. Ya llegamos a donde queríamos estar. Ya queremos sentarnos a ver el atardecer y pasarnos el mate en silencio. Ya no tengo apuro.

Y me encuentro con mi lado adulto. Y siento que tengo lo que hace diez años venía sintiendo que era lo que me faltaba: mi casa. Y es eso, una casa, paredes y techo. Y tanto más. Tanto tanto tanto. 

Y así recibo hoy mis 37. Más que plena, serena y feliz. Satisfecha. con ganas de mucho más, pero sin ansiedad. 

viernes, 23 de agosto de 2013

La maldición del chino de enfrente


Yo era una chica organizada con las compras. Llevaba una lista mental o en papel de las cosas que se iban terminando en la alacena y en la heladera. A eso le sumaba las cosas de limpieza y perfumería y allí partía con mis requerimientos al súper o a la página digital del Coto. En el camino pensaba algunos menúes posibles para las próximas cenas y de esa manera me aseguraba poder preparar algún que otro plato con todos los ingredientes y poder desayunar un domingo sin sobresaltos.
Hasta que me mudé a una casa con un supermercado chino enfrente. Desde entonces mi cerebro cede a la tentación de la frase “cualquier cosa me cruzo al chino” y ya no hace ningún esfuerzo por decirle a mi mano que meta en el carrito del súper-todo-bien lo medianamente indispensable para subsistir.
El chino obviamente está abierto día y noche, hasta muy tarde. No conoce de feriados ni distingue martes de domingos. Siempre abierto en su galpón sin ventanas para venderte el queso para la pizza (sí, varias veces compré todo para la pizza menos el queso, ponele), la cerveza que no quisiste traer desde el súper-todo-bien que está a doscientos metros o ese vinito que prometiste llevar a la cena con amigos.
Ahora me mudo a un barrio con una modesta granjita y cuando digo modesta soy muy generosa. Y encima está como a 4 cuadras de las largas. El chino más próximo ya implica sacar el auto porque por allí la civilización va llegando en cuotas. Yo me pregunto si podré vencer al embrujo y recuperar mis facultades mentales. Supongo que se impondrán frases del tipo “es lo que hay” o “lo hice con lo que había”.

Y ustedes, también cayeron bajo la maldición del chino de enfrente (que también tiene su variante “el almacén de la esquina”, por ejemplo)?
Mi vecino y su particular ortografía

viernes, 16 de agosto de 2013

Llegar a casa

http://images.craftyindividuals.co.uk/

Pasamos años y años hablando del tema. Tardes de domingo, días en la playa. La pregunta era siempre la misma, cómo hacer para tener nuestra casa. Al principio vivimos de prestado en los 30 metros de mi departamento de estudiante. Hasta que el Evatest dio positivo y nos recibimos de inquilinos. En el mientras tanto probamos varias alternativas que no resultaron, desde inscribirnos en un Plan de viviendas cooperativo hasta tramitar un crédito de compra. Nada nos llevaba a donde queríamos y nos parecía una meta inalcanzable.
Un día abrí un sobre que había llegado para una antigua inquilina de la casa en la que vivíamos pensando que era una revista. Era un folleto de un loteo y por joder le dije a él: te tengo la posta. Me acuerdo con precisión de ese día. Era un sábado soleado de invierno, el primer torneo del Fútbol para todos, los primeros meses con la nena, lo cual había aumentado nuestra preocupación por no tener casa propia. Desde ahí una cosa trajo la otra: al día siguiente fuimos a ver el lugar, contamos hasta la última moneda, compramos una promesa, vimos como en ese campo se bosquejaba un barrio, se trazaban las calles, se plantaban los árboles. Nosotros contratamos un arquitecto, hicimos los planos y pasamos de la idea de una inversión a nuestra futura casa. LO que en su momento fue el terreno, en mayodel año pasado empezó a llamarse la obra y hace unas semanas que nos animamos a decirle casa.
Entre el folleto y el día de hoy pasaron 4 años. Nos parece mentira cuando miramos lo que hicimos y no podemos creer que sea palpable y no sea el Autocad del arquitecto. Pasamos nervios, peleas, negociaciones con proveedores, ansiedades. Adquirimos saberes sobre aberturas, caños, pisos, pinturas, luminarias. Nos transformamos en patrones a la fuerza. Nos endeudamos como nunca en nuestra vida lo hicimos y a esta altura ya dejamos de preocuparnos porque sabemos que va a durar años.
Pero nosotros, que pensamos que estábamos condenados generacionalmente a ser inquilinos for ever and ever pese a laburar todo el puto día, finalmente estamos a 10 días de llegar a casa. A nuestra casa. A la casa en la que podré sacar las plantas de las macetas y dejarlas echar raíces con calma. A la casa en la que podremos clavar los cuadros. Al cambio de domicilio definitivo. Allí sueño con mi huerta y la compostera. Allí este día del niño estrenaremos el “tolobán” que ella siempre quiso.  
Para llegar a esto, que claramente era nuestro objetivo desde hace muchos años, la idea fija, tuvimos que sacrificar otras cosas y adaptarnos a la circunstancias. La principal concesión fue la lejanía. Nos vamos a nuestra casa, con patio verde, pero queda a 30 minutos de nuestros trabajos, allá donde el diablo perdió el poncho y donde no llega el colectivo. Eso será todo un cambio para los tres. Y esa es la parte que me asusta, más que las deudas. De aquí en más nuestra organización familiar será otra. Y supongo que nos adaptaremos a eso, a vivir sin vecinos y sin Internet.
Mis sentimientos son cruzados: tengo una enorme satisfacción porque hayamos podido alcanzar juntos este objetivo. Una convicción de que sí, se puede, que deseo transmitir a todas aquellas personas que persiguen este sueño. Si nosotros pudimos, van a poder. También tengo miedo a este gran cambio y ansiedad por saber cómo será todo. Pero bueno, lo cierto es que en pocos días comienza otra historia para nosotros. 

jueves, 8 de agosto de 2013

#fuerza Rosario

El martes cuando llegamos a la oficina nos pusimos a comentar lo poco que habíamos visto de los Martín Fierro. No alcanzamos a chusmear toda la galería de fotos cuando de repente sentimos un ruido impresionante, temblaron las ventanas, se movió el edificio, comenzaron a sonar las alarmas. No entendíamos nada, salimos al balcón, nos miramos unos con otros. A los pocos minutos mediante el Twitter del Blackberry (los sitios web colapsaron enseguida) comenzamos a saber, a desentrañar qué había pasado.
Desde ese martes a las 09.40 esta ciudad que me adopta vive en vilo. Mucha gente se mueve sigilosa con lágrimas en los ojos. El impacto es grande, se siente en el cuerpo y en el alma. No hemos salido todavía de ese sacudón. Ese estallido nos tiene aún temblando.
Mi obsesión está ahora en saber noticias de las 11 personas que aún permanecen desaparecidas, presumiblemente bajo la montaña de escombros que dejó la torre al derrumbarse. No puedo mucho más que chequear las noticias a cada rato, actualizar el Twitter, prender la radio apenas subo al auto. Las caras de esos familiares sentados al cordón de la vereda te atraviesan el alma. El empeño de los encargados del rescate que trabajan con precaución pero sin descanso. Miles de voluntarios, funcionarios funcionando y la gente atenta, expectante.
Pienso en los milagros, me vienen las historias de los sobrevivientes del Tsunami, de los mineros de chile y trato de tener fe.
#fuerzarosario, fuerza para toda la gente que la tragedia los tocó de cerca, les destruyó lo más querido.

viernes, 26 de julio de 2013

Deshijada

Por primera vez, en sus cuatro años, nuestra hija se fue de casa. Se fue a pasar unos días con sus abuelos y primos allá, al pueblo chico que me vio nacer.
Yo tuve un viaje de trabajo estos días así que aprovechamos para hacer esta prueba piloto que hasta ahora viene saliendo de maravilla. 
Es raro estar sin ella en la casa, aunque yo recién hoy, que volví de viaje, pude constatarlo. Es raro salir del trabajo y no salir corriendo para el jardín, pero me cuesta sobrellevarlo menos de lo que pensaba (mala madre....)
Descubrí que la vida de locos a las corridas que uno lleva se debe a tantas otras cosas y tan poco tiene que ver con los chicos, como uno a veces cree.
Me da gusto saber que allá las abuelas se turnan para disfrutarla cada uno a su estilo. Los tíos arman planes de pueblo en vacaciones de invierno y así ella va compartiendo tardes con los primos dando vueltas en la misma calesita que me paseaba a mi tantos años atrás.
Esta bueno saber que el cordón umbilical es inalámbrico y que seguimos conectadas, pero haciendo cada una lo suyo, disfrutando la separación y, en mi caso, esperando con ansia mansa el reencuentro. 

sábado, 6 de julio de 2013

Soy yo, la mamá de Amparo




31 de diciembre de 2007, casamiento en Aluminé. Me pongo al cuidado del sobrino de él y lo tengo upa casi toda la noche. Nico tenía 7 meses y yo no quería largarlo. Comienza el 2008 y decidimos que ya era hora, en septiembre de ese año empezábamos a buscar. Hasta entonces nos sentíamos muy novios, sentíamos que todavía nos faltaba. Pero llegó ese preciso momento en el que algo te llama. Teníamos ganas de ser tres.

Luego lo que ya se sabe, dejé las pastillas y dos meses después nos abrazamos en el baño con el Evatest en la mano. Tuve un embarazo perfecto y me encantaba mirarme la panza. Fue la única vez en mi vida que me saqué una foto desnuda.

Rompí bolsa un domingo a la tarde, mientras hablaba por teléfono con una amiga, sentada en el piso de mi habitación. Amparo nació pasadas las 6 de la mañana del día siguiente, tras 12 horas de internación en la que hubo goteo, epidural, tres horas de pujo, doble vuela de cordón, un obstetra paciente y un padre que acompaño todo el trabajo (era el pico de la gripe A, así que había poca gente disponible).

No filmamos el parto pero tenemos una foto de cuando me la dieron. Yo estoy con las gambas abiertas porque allá abajo el obstetra todavía trabajaba. Poco parece importarme porque nos estamos mirando ella y yo a los ojos. Ella hace puchero y yo casi que también. Es uno de esos momentos que paralizan el mundo. Ese fue el antes y después de todo.

Tres meses después yo volví al trabajo y ella empezó el maternal. Cuando la fui a buscar la primera vez y me atendieron por el portero pronuncié la frase mágica por primera vez. Soy Flor, la mamá de Amparo. Me encantó escucharme y en ese momento fue tan raro. Desde entonces, soy la mamá de Amparo más que cualquier otra cosa de todas las que uno es. Hace cuatro años que vivo usando frases hechas para explicar cómo me atravesó la maternidad y a su vez siento que nada alcanza. Solo sé que soy una persona totalmente distinta desde entonces. Casi todo lo que hago, siento o pienso, está atravesado por el hecho de ser la mamá de Amparo. Y eso es fuertísimo.

Nunca hubiera pensado que me iba a gustar tanto ser mamá. Nunca pensé que esa mirada cambiaría tanto mi mirada sobre todo lo demás.

Hoy es su cumple. Espero que sea tan feliz como nos hace ella a nosotros.

 

 


lunes, 1 de julio de 2013

Algunos tejiditos....


Este invierno anduve poco tejedora. Generalmente tengo poco tiempo para tejer, que generalmente es los fines de semana y por ahora los fines de semana son dedicados a cosas en la obra. Ni hablar la que me espera cuando me mude....
Así qué tejí pocas cositas, de esas que se terminan en el día, o en la semana.
1. Algunos hijos menores de "dedos" fueron a parar a latas de atún varias. Seguramente arme una serie (o no). Por ahora este hermoso ejemplar descansa sobre el bafle. Esto me acerca un paso más hacia el divorcio.



2. Gorro para la peque. Lo empece siguiendo un patrón de una revista. Salió tan chiquito que quedo para el muñeco. La segunda versión, con punto inventado, salió de excelente. Justo a la medida de la tremenda capocha de mi hija.


3. Bufanda. El primer regalo que él me hizo (no parezco CFK diciendo "él"?) fue una bufanda a crochet muy bella.


 No pude sacar el punto, entonces lo inventé.



Tejí una hilera larga de cadenas, del largo deseado de la bufanda, y en la segunda vuelta fui tejiendo una vareta más una cadena. Luego en la otra hilera donde estaba la cadena tejí la vareta y viceversa. De esta manera me quedó un tejido calado y por allí luego pasé la lana color violeta. Lamento no haber dejado los flecos más largos....

Veremos si compro la lana que me falta y termino una manta para la chiquitita que me quedó en camino. 

Lecturas

Florencia Ferramondo's books

Mil soles espléndidos
it was amazing
adoré este libro. Me la pasé hablando de él. Tal es así que se lo hice leer a varias personas. Es el primer libro que leo del autor y también de una historia situada en Afganistán. Triste, conmovedor, durísimo pero hermoso. Trenzando his...

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