5 pirulos

El primero fue el año de la revolución. Llegó a casa en el invierno signado por la Gripe A y si bien el primer día nos miramos con cara de de dónde salió esta criatura, al poco tiempo sentíamos los dos que ella siempre había estado con nosotros, sólo que recién llegaba. Sentí por entonces que tenía que usar todas las frases hechas y que a su vez todas me quedaban chicas. Las palabras no alcanzaban. Ese fue el año de cada día un descubrimiento, un logro, de aprender, de tratar de no perder la calma, de muchos mocos, de muchas fotos. Fue mucho todo. Y ya empezaba a ser tan lindo...

En el segundo año me di cuenta de todo lo que ella ya quería aprender: a comer sola, a caminar, a hablar; fui consciente de todo lo que faltaba y eso me pareció maravilloso. Nunca tuvimos apuro, ni ella ni nosotros y todo llegó en su momento. Supimos que definitivamente era una gorda buena. Y me decía “mamina, querés ser mi amiga” y yo, como siempre, muriéndome de amor.

Para el tercer año ya se había transformado en mi compañerita al ritmo del mami te ayudo, trayendo su sillita a la rastra para acoplarse en la cocina, en el lavadero, en las compras y en todo lo que yo estaba haciendo. Vinieron los primeros amiguitos a casa y de a poco fuimos sabiendo cómo eran sus relaciones con los demás.  Cerramos esa etapa con el primer festejo en salón y estrenamos esos 4 años y al poco tiempo casa nueva. Luego vino la escuela, el otro cambio fuerte y ella se adaptó a todo, incluso antes y mejor que nosotros.

Estos son los tiempos en los que descubro que hay cosas que hacemos juntas y disfrutamos las dos: ir al cine, escuchar música en el auto, inventar historias. Es una gran compañera.

Hoy cumple 5 años y yo le digo cómo fue que te pusiste tan grande y ella dice “es que fue de a poco, que fui comiendo todos los días y crecí mami”. Y tiene razón. Siento que fue de a poco, que voy disfrutando cada parte. A mí, que siempre me gustaron los bebes hasta los 7 u 8 meses, (creo que hasta ahí me daba la imaginación con la experiencia del jollybell) hoy me fascina ver que cada etapa tiene sus cosas nuevas, que se va poniendo cada vez más lindo. 

A veces trato de recordar qué pensaba yo antes de ser mamá sobre esto y me cuesta mucho. Porque todo lo que vino después de ese 6 de julio a la mañana borró mucho de lo que yo pensaba antes sobre mí, sobre los hijos, sobre los padres, sobre las familias. Ella ocupó todo un espacio que yo ni siquiera sabía que estaba. Antes no hubiera creído que me iba a gustar tanto ser mamá. Y sé que ella nos hace las cosas mucho más fáciles. 

Para mí el mantra de la maternidad por excelencia es “esta etapa ya pasará”. O eso me consolaba cuando alguna noche me sentía desbordada por un diente saliendo, o una manía nueva que ella adquiría en tocar lo que no debía. Hoy veo el paso de esas etapas con mucha emoción y mucho agradecimiento. Me alegra ser consciente de ellas, de poder disfrutarlas, de darme cuenta – cuanto puedo- que hay fases que son muy breves y entonces hay que tratar de no perderlas. 

Hoy siento muchas ganas de festejar, por la vida que llevamos juntos; ganas de recordar y brindar tanto por esa primera vez que sus ojos se cruzaron con los nuestros y nos recibió de familia, como por su presencia en todos y cada uno de nuestros días. Porque le da un sentido diferente a todo, porque entre las pocas cosas que sé con certeza, sé que mi vida con ellos es mi baluarte principal, lo que no estoy dispuesta a resignar por nada del mundo.

Entonces a festejar, a llenarla de besos. A festejarnos todos por lo orgullosos que estamos de la familia que somos.

Y por todo lo que aún nos falta andar juntos.