Él tenía unos 20 años y el siglo pasado no muchos más. Vivía
en uno de los tantos pueblos ventosos y perdidos del sudeste de la provincia de
Buenos Aires, cerca de alguna laguna de agua salada. Era el mayor de cinco
hermanos, el hijo del juez de paz y el tornero del pueblo. Era el flaco
para todos. De ojos verdes que sabía achinar según las circunstancias. Era
guapo, simpático y entrador y su fama de buen bailarín traspasaba las fronteras
del pueblo. Tenía toda la vida por delante.
A veces el destino se empecina en entrometerse en el camino
y eso le pasó a él, tan de repente que tuvo que decidirse rápido. El rumor
quizás no se haya corrido tan rápido o se voló pronto con el viento de las
pampas llanas y polvorientas. La cosa es que un buen día se le adjudica la
paternidad de un embarazo de una chica de un pueblo cercano. Él lo niega,
siempre lo negaría, pero las desconfianza de los demás lo empieza a acechar
como una sombra. Debe moverse rápido y firme.
El domingo es la carrera de bicicletas del pueblo, el
recorrido es largo y convoca a participantes de toda la zona. Se anota y
comienza enfurecido a desandar el camino. Allá después de la curva dos de sus
hermanas lo esperan con una valijita de cartón marrón. Deja la bicicleta, toma
el magro equipaje y se va para el norte de la provincia.
Ese es el momento donde dobla en su vida como la curva, escapa a ese
incidente donde el destino quiere amargarle sus noches de farra.
El flaco pasa el resto de su vida en el norte de Buenos
Aires, volverá al pueblo del sur muchas veces de vacaciones, con su esposa e
hijos en su Citroën verde. Se instala en la casa de unos parientes lejanos donde había una joven tímida, venida de Italia algunos años atrás que será su esposa. Se gana la vida como gomero mientras allá en las
pampas ventosas su hermano continúa con la tornería del padre.
Siempre siguió con sus sábados de farra, su fama de buen
bailarín, sus charlas pausadas por los humores de Baco. Murió pasado los 80 y,
ya en la cama del hospital, su hija menor – la única que lo tuteaba - le
preguntó por aquel supuesto hijo. Hasta el último día aseguró que ese hijo no
era suyo.
Ese hombre era mi abuelo paterno. La historia, una versión posible sobre los hechos. El recuerdo de un relato que me contó mi tía en marzo del 98, viajando de Zaragoza a
Barcelona en un auto de alquiler. Mi padre dice que no es cierto y el protagonista hace 30
años que ya no está como para preguntarle. Pero yo elijo creer que es cierta. Y no pienso comprobarla.
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