Hoy leyendo un post del hermoso blog Prima Humberta, me acordé de mi abuelo y su mamá. Y de algunas bellas historias que nos regalan los abuelos cuando somos chicos, regalos que abrimos una y otra vez tanto tiempo después. Soy una fanática de los abuelos como figura familiar y me he encariñado frecuentemente con las abuelas ajenas.
De mis cuatro abuelos, los maternos fueron muy especiales. De ellos, el que más recuerdo es a mi abuelo Jorge, ya que fue el último en irse y además porque fue una hermosa persona. Imposible recordarlo sin que se me anude la garganta, aún cuando lo evoco con el pensamiento. Abuelo generoso, de manos grandes y corazón abierto. Cuando nosotros éramos chicos nos contaba historias inverosímiles, claro que por entonces yo creía que eran reales, solo porque él me las contaba. Por ejemplo, nos decía que había repetido 17 veces tercer grado...
Se jubiló siendo taxista. Creo que por entonces yo aún estaba en el jardín de infantes. Pero me acuerdo que nos traía la revista Anteojito, y los paragüitas de Felfort, o unas masitas de chocolate con forma de caballitos que vendían en una panadería de Pergamino.
Cuando ya estaba en cama, para partir, y yo le pedí que le pusiera un esfuercito más, me dijo que su vida ya estaba hecha, que nosotros teníamos todo el tiempo por delante, pero que él ya no quería más. Recuerdo escucharlo desde el pasillo llamando a su mamá para que lo llevara con él. Esa conmovedora imagen, de un hombre de ochenta y tantos años, corpulento, de vos fuerte, llamando a su mamá no me la olvidaré nunca y ha marcado mucho lo que hoy en día pienso del vínculo madre/hijo.
El último día que lo vi, me pidió que le rascara la espalda y me aseguró que desde los 20 años le picaba la espalda siempre en el mismo lugar. Abuelo lindo que se emocionaba solo de verte, que te quería regalar cualquier cosa que le dijeras que te gustaba. Abuelo típico y consentidor que supo dejarnos frases y anécdotas junto con algunas pertenencias suyas que tanto añoramos. Traje -al menos - dos cosas de su casa: una maquinita a manija para rallar queso y pan que se la regalé a una amiga queridísima. Y un cuadrito con una foto de su mamá conmigo (la última foto de la abuela Sete viva) a la que él le ponía siempre al lado una copita chiquita con una flor. Cosas de la vida, su última foto, es con mi sobrino, en pose casi idéntica a aquella otra que tanto quiero.
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Hoy tengo un día muy alegre
ResponderEliminarY sin embargo, estoy llorando. Llo ran do Posta, En mi pasillo estoy sola, as´que me puedo dar ese lujo. Por la hermosura de tu descripción y tu sensibilidad:
Creo que por entonces yo aún estaba en el jardín de infantes. Pero me acuerdo que nos traía la revista Anteojito, y los paragüitas de Felfort, o unas masitas de chocolate con forma de caballitos que vendían en una panadería de Pergamino.
Yo no disfruté de abuelos hombres, pero sí de una abue, mi abue Eugenia que se fue hace más de 20 años y a quien tampoco pudo recordar sin nudos en la garganta..
Qué bueno haber llegado acá casi de casualidad.
Un beso grande.
c.
Ceci.a. Gracias por tu comentario. Inicié este espacio hace muy poquito y me pone muy feliz compartir vivencias con otros. Que suerte que llegaste. Yo llegué a tu blog y ya estoy suscripta, así que seguimos en contacto. Bienvenidas los nudos en la garganta de las comunicadoras sensibles
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